Crónicas de alguien en cuarentena #1

viernes, 20 de marzo de 2020


Es fácil perdernos en un mundo que se está derrumbando mientras leemos estas líneas.
Al inicio nadie pensaba que llegaría a ser lo que es, nadie se animaba a susurrar la palabra "pandemia", sonaba demasiado lejana, demasiado ajena a nosotros, como si fuera una película apocaliptica.
Las personas se lo tomaron como una broma, eso fue hasta que las muertes comenzaron. Cuando la realidad golpea a tu puerta, solo tienes dos opciones: o contestas o miras por la ventana.
El rey de Asia cae, derrumbado por sus propias manos, y mientras el mundo lo ve caer con indiferencia, es que el virus llega a Europa.
Italia, España, uno a uno van cayendo ante la amenaza invisible que se esparce entre ellos como una plaga. Al no actuar con suficiente rapidez, el caos consigue gobernarlo todo.
Las cuarentenas se vuelven obligatorias, no puedes salir de tu propia casa, y esas cuatro paredes que en el pasado fueron tu hogar, ahora son tu prisión.
El temor a que tus familiares o amigos estén en peligro aprieta tu pecho y deja a tu corazón en tu garganta.Miras las noticias esperando que las buenas  noticias lleguen, esperando que la esperanza se derrame por tu ventana como el sol cada mañana.
Y a pesar de todo, seguimos viendo esa realidad como algo lejano, seguimos ignorando el golpe en la puerta, porque sabemos lo que sucederá si contestamos.
Es en nuestra infinita arrogancia, que el virus llega a tierra cruzando el océano. Chile, México, Estados Unidos, caen ante el poder de lo desconocido, luego de eso, Argentina, Brasil, y finalmente, la isla del continente, un viernes 13 es cuando nos hundimos. Por una mujer cuyo nombre jamás será olvidado, pero siempre maldecido.
A pesar de los cientos y miles de casos que giran la Tierra, ignoramos las señales y los consejos, nos volvemos ilusos ante la idea de que no será grave. Nuestra arrogancia se convierte en nuestra perdición. Los casos aumentan. Nuestros vecinos declaran una cuarentena, quince días, no parece mucho si es para salvar a la humanidad ¿no?
Pero en quince días lo peor de la humanidad se revela, los supermercados quedan vacíos, privando a los que viven de día a día de poder encontrar recursos. Las farmacias son el siguiente objetivo: alcohol en gel, productos de limpieza, borrados en un chasquido que convierte a la empatia en arena.
Las calles no son las únicas que quedan vacías, porque a pesar de los hogares rebosantes en excesos, los corazones vacíos se derraman en el suelo.  Poco importa el otro cuando tú puedes sobrevivir ¿no?
Mientras algunos viven sin preocupaciones del mañana, abrazando sus raciones exorbitantes, mirando el último vídeo en tendencia sobre la enfermedad o alguna tontería actual, otros sienten el miedo helante del mañana. La duda de si tendrán comida, trabajo o algún sitio al que regresar.
El estado falla en proteger a los desprotegidos y beneficia nuevamente a quienes se encuentran en la cima, las tarifas aumentan de la mano de un Presidente nada capacitado para su puesto, un Presidente  que prefiere mantener su economía en aumento que mirar a los ojos de una madre y decirle que quizás no llegue a sobrevivir el mes o tener un plato de comida para sus hijos. 
Un Presidente que vive en su burbuja de privilegios, y que es incapaz de entender la magnitud de lo que sucede, a pesar de que todos se lo gritan en el rostro.
Vendrán cosas peores. La frase se repite en mi mente al igual que en el mundo. ¿Podremos soportar algo peor?
Los números suben cada día, mientras escribo esto, son 96 los casos registrados en Uruguay y esa cifra solo sube y sube. Si, dije casos. Porque es más fácil decirle casos que personas. Es más fácil eso que admitir que lo que está en riesgo es una vida humana. Es más fácil ver números, porque los números no sienten dolor, ni felicidad, los números no son madres, hermanos, hijos o abuelos. No son primos o vecinos, amigos cercanos o parejas. Los números no aman, los  números no luchan por vivir.
En la cima de la insensibilidad, solo hay estadísticas.
Pero no todo es oscuridad, o maldad, no todo es falta de esperanza. Una mujer en un punto del mundo se dedica a hacer tapa bocas para aquellos que no pueden pagar uno, otra mujer decide pagar de su bolsillo la comida de una mujer mayor que no tiene el dinero para poder llenar su canasta básica. La vida  salvaje florece en una Madrid abandonada por las personas. La contaminación producida por las fábricas se reduce sin su humo tóxico.
Los funcionarios de la salud salen cada día para ayudar a otras personas a sobrevivir, y en los balcones, lo reciben con aplausos. Bailes, risas, música, nos alejamos pero nos unimos a través de la fuerza más poderosa de todas: la empatia.
La humanidad no está del todo perdida, porque en medio de todo, aun encontramos eso: humanidad. Amor.
Si me preguntaran qué es lo primero que haría cuando saliera de mi cuarentena, mi respuesta sería esta: abrazar a los que quiero. Y nunca volver a dar un abrazo como algo seguro. 


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